domingo, 9 de marzo de 2014

ARTÍCULOS

Violencia intrafamiliar y acoso escolar
El Sol de México
3 de marzo de 2014

Toda sociedad es el producto de los primeros años de vida de sus integrantes, ya que todo adulto es el prístino reflejo del feto y del infante que fue. Sin embargo, hoy en día la violencia intrafamiliar y el acoso escolar son dos de los más grandes problemas que aquejan a la sociedad contemporánea. Flagelos que de no ser atendidos y controlados, continuarán fortaleciendo e incrementando sus niveles de agresividad, no sólo en la manifestación física, sino particularmente en el plano moral, donde muestran su rostro más cruel, sádico y descarnado.

Basta ser diferente a los demás, por exceso o por defecto, en capacidades, en color de piel, en nivel socio-económico, en rendimiento intelectual o físico, en origen, en conducta, o tan sólo por el hecho de ser mujer, para que en una comunidad de escolares el trato pueda transformarse y pervertirse hacia la ridiculización, el escarnio, el insulto y, finalmente, el repudio generalizado. Sin embargo, no es la regla: cualquiera puede ser víctima de la violencia intrafamiliar y, por supuesto, del acoso escolar. Sí, porque el bullying no privilegia estratos sociales ni es exclusivo de algún género (niño o niña) o edad de los escolares. Puede aparecer en cualquier institución, medio social y grupo de escolares. Es tan universal, como el hombre mismo, aunque llegue a enconarse más cuando afecta a miembros de algún grupo vulnerable.

Las causas son múltiples, desde una predisposición genética hasta el condicionamiento emanado de proceder de una familia violenta, en la que el niño sufre de agresiones, abusos y humillaciones de parte de los adultos, desde el tipo de materiales violentos que se transmiten por los medios de comunicación hasta la violencia que se vive en la calle, desde la violencia como recurso para sobrevivir hasta el abandono infantil de los padres. Entornos familiares poco afectivos, donde hay ausencia de algún miembro (padre, madre), sea por muerte o por separación, donde priva la violencia a cargo de los padres y hermanos mayores y donde al infante se le exige demasiado en su rendimiento o, al contrario, se le mima en exceso. Tales son espacios excelentes para que se detone el perfil del futuro maltratador infantil que lo seguirá siendo en su adultez.

Pero ¿qué consecuencias produce el bullying, a parte de las marcas evidentes que puedan ser producto de lesiones físicas? Desde la notoria baja autoestima y pasividad, hasta la pérdida de interés en los estudios al grado de conducir al fracaso escolar, así como toda clase de trastornos emocionales y psicosomáticos. Estudios recientes comprueban que niños víctimas de bullying presentan cambios en la estructura del gen SERT, regulador de la serotonina, encargado de la regulación del estado de ánimo, lo que les hará vulnerables a sufrir problemas mentales, de interacción social y agresividad con el paso de los años. Pero además, la victima no necesariamente seguirá pasiva, podría convertirse en un nuevo victimario, consolidando un círculo vicioso perverso y autodestructivo. Ello, sin contar que en este tipo de víctimas es cada vez más evidente que presenten síntomas de trastorno por estrés postraumático con recurrencia de recuerdos del abuso y conductas evitativas, más evidentes en las mujeres que en los hombres. Sufrimiento que viven en el silencio de sus pensamientos en los que permanentemente evocan y re-evocan las amargas experiencias padecidas, lo que les consume la energía, el tiempo y la capacidad de concentrarse en el trabajo, les detona alteraciones en el sueño, trastornos obsesivo-compulsivos de ansiedad, obesidad, irritabilidad, hiperactividad, evitación de acudir a la escuela y, lo más delicado: la propensión diez veces más alta de tener ideas de índole suicida. Y es que es el silencio de la víctima y la pasividad de los miembros de un grupo los cómplices perfectos para el acosador: un delincuente que pasa desapercibido ante el resto de la sociedad hasta que se encuentra con su víctima, ante la que despliega su plena y verdadera personalidad.

No es un consuelo saber que este cáncer social no es privativo de la sociedad mexicana y que la misma alarma hoy sacude a los países más desarrollados, pero lo trágico es que en México cada día se manifiesta con mayor agresividad, a tal grado que existen potencialmente hablando 2.5 millones de psicópatas infantiles. Y está más que probado que todo niño que realizó bullying en su infancia, no sólo será una persona con serias dificultades para establecer vínculos de amistad o pareja, además de cultivar relaciones violentas, tendrá una alta probabilidad de ser un delincuente.

Cuando la violencia se vuelve normal y se convierte en consigna, la sociedad sufre de una severa patología, pues cuando nada le asusta ni menos sorprende y ya no conoce de límites, ha caído en una psicopatía, cuyas consecuencias pagará su niñez, porque con tan sólo una palabra, un abusador podría destruir una vida. 

Apenas en México se está cobrando conciencia de ello, pero no es responsabilidad de un solo sector: todos somos corresponsables, pues mientras no se desarrollen y adopten políticas adecuadas para capacitar en el control de este fenómeno y, sobre todo, para su prevención, difícilmente podremos aspirar a erradicar este azote social inherente a la condición humana. Se requiere de una intervención inmediata en las escuelas, pero sobre todo en las familias, espacio fundamental donde el niño aprende a socializarse con base en valores, normas y comportamientos adecuados. Allí es donde más tenemos que trabajar. El hogar no puede ser un escenario hostil ni permisivo a tal grado que tolere o fomente conductas agresivas. Éste es el primer paso, imprescindible, para sentar las bases de una nueva sociedad, libre de violencia, más justa, más sana y más humana.


http://www.oem.com.mx/elsoldemexico/notas/n3310281.htm 

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